Ojos que no ven... corazón a mil

Le tapó los ojos con un pañuelo negro y empezó el juego.

Lo primero que sintió fue excitación por no saber qué haría él; qué tipo de caricia sentiría y dónde y cuándo sería hecha.
Su respiración se agitó con anhelo y el pulso se aceleró en espera de emociones.
El tiempo y el espacio desaparecieron.
Estaba expectante y excitada.

Percibió un olor a jazmín que la evocaba  sueños sensuales pero lo que notó fue una caricia en sus labios. Fue breve y quiso que siguiera. Tan sólo oía su respiración cerca de ella.

Su mano recorrió despacio sus brazos, subiendo por sus hombros hasta llegar al cuello. Le apartó el pelo y le dio unos besos suaves.
Su cuerpo se estremecía con cada beso. Su piel se erizaba con cada caricia.
Dejarse llevar era lo que estaba haciendo y él continuó con su mano la exploración de su cuerpo.
Posó la palma de la mano en uno de sus pechos notando como ella estaba excitada y con una voz susurrante le dijo al oído que quería comprobar una cosa.
Ella aún permanecía en la más absoluta oscuridad por el pañuelo en sus ojos pero con los demás sentidos a flor de piel. Sabía que podía confiar en él, que podía dejar su cuerpo en sus manos porque nada malo le pasaría.
Bajó su mano hacia sus piernas y con un movimiento brusco se las separó. Puso sus dedos en su sexo y ella contuvo la respiración. La notó mojada, excitada y preparada. La comprobación estaba hecha.
La boca de él fue hacia uno de sus pechos y sus dedos se introdujeron en ella.
Movimientos rítmicos, suaves y pausados al principio para luego hacerse más rápidos e intensos y cuando sintió que ella llegaba al éxtasis capturó su boca y ahogó sus gemidos con un beso.
Cuando notó que su respiración era más pausada, acercó la boca a la oreja de ella y le susurró:
- Eres mía